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Divorciada y discriminada

¿Alguna vez has sentido vergüenza de decir que estás divorciada, por miedo a ser vista y tratada diferente?

¡Yo sí!

Sin embargo, con el tiempo comprendí que el juicio estaba en mi mente, en mis pensamientos, en todo lo que yo me decía internamente. Desde el miedo y desde mis creencias sobre el divorcio. 

Claro que no fue sencillo quitarme esa incomodidad de encima, sobre todo al principio de mi separación. Recuerdo muy bien cuando mi mente me decía que no dijera nada a nadie sobre el divorcio que poco a poco se irían enterando. Y bueno, no es que tengas que poner un anuncio ni publicarlo, pero siempre da temor expresar una decisión tan dolorosa. Incluso a tu círculo más cercano. El miedo estaba presente. ¿Qué van a decir?, ¿Qué van a pensar de mí o de mis hijas?, ¿Y si me dejan de hablar?, ¿Y si me quedo sola?, ¿Cómo van a mirarme?, ¿Me harán preguntas?, ¿Qué versión les daré? Y la lista sigue.

Lidiar con estos pensamientos no fue fácil. Al inicio, recuerdo sentir vergüenza de continuar con mi vida, básicamente porque me sentía perdida sin saber hacia donde dirigirme. En ese entonces, mi percepción sobre la vida era en pareja o con esposo e hijos. No tenía la capacidad de verlo diferente. Era como si hubiera perdido mi propia identidad de mujer, de individuo, y hubiera adquirido la identidad de esposa y madre únicamente. Eso me generaba terror porque al verme divorciada prácticamente había perdido mi identidad y mi manera de pertenecer a la sociedad, a los grupos de amigos, a mi familia y a mi propia conexión.

Es verdad que hay personas en la sociedad que hacen juicios y dan un trato desigual a mujeres divorciadas y, curiosamente, hay mujeres divorciadas que resuenan con esas etiquetas, esos juicios, que la sociedad establece. Sin embargo, cuando trabajas en ti, te conoces, te reencuentras, y te atreves a cuestionar cada etiqueta puedes darte cuenta de que provienen del miedo y que son juicios que hablan más de quien los hace que de uno mismo. 

Sin duda, las mujeres divorciadas conformamos un colectivo porque compartimos ciertas características, sin embargo, eso no nos hace menos o más que nadie ni mejores o perores, mucho menos nos define o identifica. Somos personas y merecemos lo mejor, como todos los seres humanos, sin embargo, eso no podrá suceder hasta que cada una se de ese valor a sí misma y lo transmita a su entorno.

Hace poco más de seis años, al inicio de mi separación, me ponía nerviosa cuando me preguntaban por mi esposo o por mi divorcio. Ahora, me encanta que me pregunten porque es increíble ver la reacción de las personas cuando hablo con naturalidad de mí, del padre de mis hijas, de nuestra relación parental, de su nueva pareja, de la mía, de la vida. 

En este proceso de transformación ha sido maravilloso darme cuenta de que yo soy la causa de lo que sucede en mi vida. Hoy no me siento discriminada, ya no percibo ese trato diferente o ese juicio, porque he aprendido a vivir en equilibrio y en coherencia conmigo. 

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